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Fenomenología e infoxicación: el problema no es la cantidad, sino cómo filtramos

  • Foto del escritor: Bárbara Balbo
    Bárbara Balbo
  • hace 6 horas
  • 4 Min. de lectura

Noticias, mensajes, datos y opiniones nos alcanzan desde todos los rincones, a todas horas. Vivimos en una era de sobreabundancia informativa, en la que mucho se habla de la infoxicación, ese estado de saturación por exceso de información, pero rara vez se cuestiona si el verdadero problema radica en la cantidad, o en la forma en que percibimos, interpretamos y gestionamos esa información. Es precisamente aquí donde la fenomenología puede ofrecer una brújula relevante.


Fenomenología e infoxicación: el problema no es la cantidad, sino cómo filtramos

Fenomenología e infoxicación: el problema no es la cantidad, sino cómo filtramos

¿Qué es la fenomenología?


La fenomenología es una corriente filosófica que propone cambiar la forma de conocer el mundo: no enfocarse solo en los hechos externos, sino atender a cómo los vivimos desde nuestra conciencia. No importa únicamente qué ocurre, sino cómo se manifiesta esa experiencia en nuestro interior.


Iniciada por Edmund Husserl y continuada por pensadores como Heidegger, Merleau-Ponty y Sartre, sostiene que toda experiencia está atravesada por nuestra historia, emociones y contexto. Por eso, antes de interpretar, invita a “volver a las cosas mismas” y experimentar los fenómenos tal como se presentan en nuestra conciencia, sin prejuicios ni ideas preconcebidas.

En un mundo saturado de información que compite por nuestra atención, este enfoque resulta más necesario que nunca. No se trata de la cantidad de información disponible, sino de cómo la recibimos, qué lugar le otorgamos y qué hacemos con ella.


La fenomenología propone detenernos, cuestionar qué nos genera cada mensaje, por qué nos afecta o nos resulta indiferente, y qué sentido tiene para cada persona. De este modo, deja de ser un consumo pasivo para convertirse en una vivencia consciente y seleccionada desde nuestra experiencia personal.


La importancia de educar el pensamiento crítico


El ser humano siempre ha convivido con grandes volúmenes de información. La diferencia es que, antes, esta circulaba jerarquizada y filtrada por instituciones, comunidades o medios tradicionales, que decidían qué información merecía atención y cuál no. La llegada de internet y las redes sociales rompió esa estructura, desplazando el filtro a algoritmos invisibles o, en apariencia, a nuestra capacidad individual de decidir. Sin embargo, en los últimos años, asistimos a un intento de restaurar esa jerarquía bajo nuevas formas: grandes plataformas, lobbies mediáticos y grupos de poder intentan reordenar y controlar el flujo informativo digital, decidiendo nuevamente qué se visibiliza, qué se censura y qué se convierte en tendencia. Así, aunque cambió el escenario, la lucha por quién domina la circulación de información sigue vigente.


Este contexto de sobreexposición, control fragmentado y discursos polarizados también atraviesa el debate sobre las pantallas y la infancia. Ante la creciente oleada de voces que defienden restringir su uso en infantes y adolescentes, se suelen ignorar evidencias sólidas que apuntan a que el problema no es el uso en sí, sino el contexto en el que se da. Investigaciones recientes respaldan esta perspectiva:


  • Jonathan Bernard (2024): tras analizar datos de casi 14.000 niños, concluyó que el entorno familiar influye mucho más en el desarrollo cognitivo que el tiempo de pantalla. Lo relevante no es cuántas horas se pasa frente a un dispositivo, sino cómo se acompaña y qué interacción se genera alrededor.


  • Rachel Kowert (2023): esta psicóloga investigadora demostró que no existe un límite universal de tiempo de pantalla saludable o perjudicial para todos los niños. Lo determinante es el contenido al que acceden y el contexto emocional, social y educativo en que se produce ese uso.


  • Revista Computers in Human Behavior (2024): el estudio concluye que medir únicamente el tiempo de pantalla resulta insuficiente. Según sus hallazgos, incluso un uso prolongado puede ser beneficioso si el contenido es adecuado y se da en un entorno positivo, mientras que un uso breve y descontextualizado podría resultar perjudicial.


Además, estos estudios coinciden en advertir sobre prácticas como el uso de pantallas en momentos familiares clave, por ejemplo, las comidas, que deterioran las interacciones afectivas y el aprendizaje social de infantes y adolescentes. También alertan sobre el phubbing, fenómeno en el que se ignora a quienes están presentes por mirar el teléfono, afectando la calidad de los vínculos familiares.


Aquí la fenomenología recupera todo su valor, recordándonos que lo decisivo no es la herramienta —pantalla, libro, red social o noticia— sino cómo nos posicionamos ante ella, qué sentido le atribuimos y qué experiencia subjetiva construimos a partir de su uso.


Más que censurar o prohibir el acceso a información, es urgente enseñar a pensar, cuestionar y discernir. La fenomenología se convierte en una herramienta poderosa para fomentar el pensamiento crítico desde edades tempranas, ayudando a las personas a tomar conciencia de sus propias percepciones y decisiones.


El problema aparece cuando intentamos consumir todo sin establecer prioridades, sin preguntarnos desde qué lugar lo recibimos y con qué fin. La fenomenología propone detenerse antes de reaccionar, observar cómo nos afecta, y decidir qué valor tiene para cada individuo.


Menos ruido, más sentido


No se trata de censurar, apagar pantallas, ni de huir de la información, sino de cultivar una relación más consciente con ella: percibir cómo se presenta, cómo nos afecta y qué sentido le otorgamos. Tal como señalan las investigaciones actuales, no es el medio en sí lo que resulta dañino o beneficioso, sino el vínculo que establecemos con él y el propósito que guía su uso.


Cuando cambiamos la pregunta de “¿cuánta información hay?” por “¿qué sentido tiene esto para mí?”, dejamos de ser víctimas del exceso y comenzamos a construir una experiencia informativa más alineada con nuestros valores, intereses y necesidades reales.


 

Artículo escrito para Prensamérica Internacional


Fuentes:

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