Succession: una obra maestra disfrazada de drama familiar
- Bárbara Balbo
- 13 jun
- 3 Min. de lectura
Desde su estreno en 2018, Succession se convirtió en mucho más que una serie sobre multimillonarios peleando por el control de una empresa. Creada por Jesse Armstrong y producida por Adam McKay y Will Ferrell, entre otros, la serie es un retrato implacable del poder, la familia y la miseria emocional de las élites modernas. Y aunque su guion se ha llevado todos los focos, lo cierto es que Succession funciona como una maquinaria audiovisual perfectamente engrasada.
Succession: una obra maestra disfrazada de drama familiar

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Una cámara que espía, sino que acompaña
Lo primero que llama la atención en Succession es su manera de mirar. La cámara nunca se comporta como en una serie clásica. Aquí se mueve nerviosa, como si fuese un invitado incómodo en una reunión familiar llena de secretos. Los zooms rápidos y los enfoques accidentales generan una sensación de inmediatez y peligro. Es cine documental metido en un drama de ficción.
Esa decisión no es casual: refuerza la idea de que, por mucho dinero o poder que tengan los Roy, todos están bajo vigilancia, ya sea del público, de los medios, o de sus propios hermanos.
Actores que no actúan, respiran personajes
Parte del hechizo de Succession está en que nada parece demasiado actuado. Brian Cox da vida a Logan Roy, un patriarca que con una sola mirada puede helar una habitación entera. Jeremy Strong (Kendall Roy) convierte la inseguridad y el narcisismo en arte, mientras Sarah Snook y Kieran Culkin aportan ironía, cinismo y fragilidad a una familia que parece incapaz de abrazarse.
El talento del reparto está en los pequeños gestos: una pausa antes de responder, una ceja levantada, un susurro que dice más que un grito. En esta serie, los silencios son puro guion.
Diálogos como cuchillos
Si por algo ha destacado siempre Succession es por su guion. Jesse Armstrong y su equipo de guionistas han creado diálogos afilados, crueles y deliciosos. Aquí nadie habla para caer bien. Se dicen barbaridades con el tono frío de quien está acostumbrado a manipular vidas.
Y al mismo tiempo, el humor negro es constante. La serie logra que te rías mientras presencias cómo una familia se despedaza por dinero. Y eso es un logro narrativo brutal.
Música y espacios que cuentan historias
El tema principal de Nicholas Britell se ha convertido en un himno de las élites caóticas: una mezcla de piano clásico y percusión moderna que define a la perfección la esencia de Succession: tradición y podredumbre.
Los escenarios tampoco son casuales. Despachos inmensos donde nadie se siente a gusto, mansiones frías, yates que parecen más jaulas de oro. Todo está diseñado para recordarte que el dinero compra lujo, pero no afecto.
Un ritmo medido al milímetro
Aunque hay quien dice que Succession es una serie lenta, en realidad su ritmo está milimetrado. Las conversaciones largas y tensas van acumulando pólvora hasta que alguien explota. Y cuando eso pasa, el montaje acelera y la cámara se vuelve aún más nerviosa. Es un sube y baja emocional que atrapa porque te hace cómplice. Como persona espectadora, experimentarás incomodidad y fascinación al nivel de los propios personajes.
La tragedia moderna perfecta
Al final, Succession es una tragedia clásica vestida de serie moderna. Los Roy no luchan por amor ni por ideales, sino por poder, herencias y egos heridos. Como en Shakespeare, todos están condenados, y lo saben.
Por eso funciona tan bien: porque, detrás de su fotografía gélida, sus zooms intrusivos y sus diálogos brutales, lo que cuenta es una historia humana. De ambición, fracaso y una familia incapaz de quererse.
Además de una serie, es un síntoma
Succession no solo retrata un mundo de magnates dominantes, sino que refleja las grietas del poder en una sociedad donde es muy fácil negociar, pero extremadamente difícil permitirse sentir. Y su mayor mérito es que lo hace sin subrayarlo, con una realización impecable que convierte cada plano en una pequeña obra de tensión y significado.
Si aún no la has visto, hazlo. Y si ya la viste, revísala con atención: cada zoom, cada silencio y cada nota del piano cuentan mucho más de lo que parece.