En la puerta
- Bárbara Balbo
- 8 abr
- 2 Min. de lectura
Abril tenía 12 años y vivía en un barrio donde muchas cosas pasaban antes de tiempo. Estaba sentada en la puerta de su casa con dos compañeros de la escuela: Santi y Tiziano. Santi le había pedido ser su novia unos días antes. No estaban seguros de qué significaba eso, pero se gustaban y les alcanzaba.
En la puerta

Tiziano, en cambio, estaba extraño. No hablaba mucho, contestaba cortante y miraba mal a Santi cada vez que él se acercaba a Abril o le decía algo tierno. Ella se daba cuenta, pero no decía nada. Le daba miedo incomodar, como le pasaba siempre en su casa.
Vivía con su mamá, que trabajaba todo el día y volvía tarde, cansada y sin paciencia. Su papá se había ido hacía años. A veces llamaba, a veces no. Su hermano mayor estaba metido en cosas turbias. Había droga, peleas y gritos que nadie denunciaba. Abril creció aprendiendo a no molestar, a hacerse chiquita. Pero aun así, no se metía en lo que hacían los otros. Le ofrecieron faso, pastillas, birra. Siempre dijo que no. Nunca se sintió parte.
Después de estar un rato los tres juntos, Santi y Tiziano se fueron. Ella entró a su casa y empezó a hacer la tarea. A los veinte minutos, alguien golpeó la puerta. Era Tiziano, solo.
—¿Qué hacés acá? —le preguntó Abril, extrañada.
—Quiero hablar con vos un segundo —dijo él, con tono serio.
Salieron a la vereda. Ya estaba oscureciendo. Nadie miraba.
—Yo pensé que tenías onda conmigo —dijo él, de golpe—. No con Santi.
—¿Eh? No… yo siempre te vi como amigo —respondió Abril, incómoda.
—No mientas. Me mirabas, me hablabas distinto. Me hiciste pensar que te gustaba.
—Perdón si pensaste eso, no fue mi intención —intentó calmarlo.
—Tenés que cortar con él. No lo voy a permitir.
—No, no voy a hacer eso —dijo ella, empezando a sentir miedo.
Él se le acercó más. Su cara cambió. Se le notaba la rabia.
—Te lo estoy diciendo en serio. Si no cortás, atente a las consecuencias.
—Mejor me meto, tengo tarea —dijo Abril, queriendo escapar.
Él la agarró del brazo. Fuerte.
—Prometeme que vas a cortar. ¡Prometémelo!
—Soltame —dijo ella, con la voz temblando.
Entonces Tiziano sacó una navaja del bolsillo. Se la apoyó en el cuello. El metal estaba frío.
—Si gritás, te corto —dijo sin pestañear.
Abril se congeló. No podía pensar, no podía moverse.
—Vas a ser mía. Sólo mía. ¿Entendés?
La besó. Le tocó. Ella quería gritar, empujarlo, pero no se animaba. Le pedía que pare, casi en susurros, pero él no escuchaba.
Hasta que se escucharon voces de vecinos que venían por la vereda. Él la soltó rápido. Guardó la navaja y salió corriendo. Desapareció en la oscuridad.
Abril se quedó ahí parada, sin saber si respirar o llorar. La garganta cerrada. El cuerpo temblando. Cuando pudo moverse, entró a su casa, subió corriendo a su habitación y cerró con llave. Se tiró en la cama y lloró como nunca antes.
No entendía nada. No sabía si contar. No sabía si alguien iba a creerle.
Algo en ella cambió para siempre esa noche. Desde entonces, no sería la misma.
コメント